"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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07-03-2010 |
Bernat Riutort Serra
Sobre la crisis y los escenarios posibles
Sin Permiso
La gran dimensión de la supercrisis financiera desencadenada por el impago de las hipotecas subprime en los Estados Unidos -mucho mayor que las crisis financieras precedentes y sólo comparable a la crisis del veintinueve de Wall Street- que como una consecuencia no buscada se ha convertido en una crisis de la economía real de alcance mundial, dadas sus muy graves repercusiones económicas, sociales y políticas, plantea el problema de ¿cómo enfrentarla?
Primer escenario marco
El poder del gran capital financiero y corporativo de los centros del capitalismo creció en el curso de las tres últimas décadas con cada uno de los avances de la trasnacionalización, de la desregulación, de la liberalización, de la privatización y de la remercantilización, incrementando en su favor el desarrollo y la institucionalización de los derechos de la gran propiedad de los capitales, mientras; i) disminuía el poder de las empresas medianas y pequeñas de la economía real, colocadas a la defensiva ante la intromisión y el alcance de las dinámicas impuestas por la financiarización y la globalización de la economía; ii) se reducía, en mayor medida, el poder de la ciudadanía que sufría, desorientada y a la defensiva, la sustracción de la capacidad democrática de los Estados de tomar decisiones en los ámbitos económicos y sociales y, en particular, iii) se desmontaba de manera sistemática el poder de la gran mayoría de los asalariados, socavando los pactos sociales sobre los que se había institucionalizado su inclusión social y política a partir de la última posguerra mundial, mientras se recortaban sistemáticamente los derechos sociales.
Sin embargo, el estallido de la supercrisis financiera que devino en una Gran Recesión cogió por sorpresa al conjunto de las fracciones de clase y categorías sociales que conformaban el bloque dirigente del capitalismo global. El estallido de la burbuja especulativa se precipitó al no poder convertir el valor nominal estipulado de los activos financieros e inmobiliarios en valor monetario de curso legal sin incurrir en enormes pérdidas, paralizando la liquidez del sistema y trasladando dicha crisis a la economía real a través del colapso del endeudamiento y de la fuerte retracción de los créditos.
La reacción puesta en práctica de inmediato desde dicho bloque dirigente partió de su muy favorable posición de poder dada la correlación de fuerzas fraguada en las pasadas tres décadas, implementando, como respuesta, una inmensa transferencia de deuda desde el sector privado del gran capital financiero al sector público, que cargaba con ella, con el fin de suturar la incontenible hemorragia de pérdidas en el valor de los activos y los descubiertos de los grandes entes financieros. Es decir, arbitraron y realizaron de inmediato una vasta operación de “socialización de las pérdidas”, poniendo entre paréntesis, momentáneamente, algunos dogmas básicos del neoliberalismo sin renunciar al mismo. El objetivo era evitar una Gran Depresión como la ocurrida en la década de los treinta, esta vez, la del capitalismo global financiarizado. Un “coste necesario” impuesto por la fuerza del gran capital, en forma de enorme endeudamiento de los Estados a pagar en el futuro por la ciudadanía.
Dicha propuesta hegemónica implementada desde el comienzo de la supercrisis por el bloque dirigente del capitalismo trasnacional con el fin de pilotar en su favor las posibles salidas abarca un abanico de propuestas y actuaciones que oscilan entre dos vías: i) Llevar a cabo un conjunto de reformas del capitalismo global financiarizado que se resumen en la máxima “hay que cambiar algo para que nada cambie”, pretensión que con matices y lenguajes diferentes es la apuesta del mundo financiero-corporativo en pleno y de las elites afines del establishment político-mediático de los países centrales. Se trata del aggiornamento del neoliberalismo y la financiarización a las circunstancias de la crisis actual; ii) Realizar un conjunto de reformas que regulen la financiarización que, a su vez, pueden resumirse en el sentido de la máxima “hay que proteger al capitalismo de los capitalistas”, es la propuesta formulada desde el área política del social-liberalismo y de los sectores institucionales, sociales y culturales afines, arguyendo que dada la gravedad de la crisis es la menos mala de las posibles. Solo cabría paliar en lo posible las peores consecuencias sociales y políticas de la crisis hasta que mediante un conjunto de reformas “responsables” en las normas reguladoras se restableciesen las condiciones para la estabilidad del capitalismo global financiarizado. En la práctica, a pesar de las diferencias en los matices sociales y en los agentes promotores, ambas versiones tienden a converger.
No obstante, si la crisis económica es una crisis de la estructura social de acumulación del capitalismo global financiarizado, o sea, de las relaciones socio-institucionales básicas que conforman el entorno de los procesos de acumulación ampliada del capital, hemos entrado en una crisis capitalista de onda larga. Mientras tanto, el reformismo hegemónico en las dos versiones citadas apuesta por la contención, sin cambios estructurales básicos en su forma global-financiera y su orientación neoliberal; tan sólo se trata de gestionar los episodios de crisis y dosificar sus malas consecuencias sociales y políticas. Sin embargo no evitará la crisis estructural y sus pésimas consecuencias. El reformismo de la contención en sus dos versiones sólo puede tener éxitos parciales, en el corto y quizás medio plazo, pero en el largo plazo la forma que adoptan sus articulaciones socio-institucionales básicas han tornado sus obstáculos, razón por la cual se producirán recaídas, con nuevos episodios de crisis y agravamiento de las malas consecuencias sociales y políticas.
La confluencia en poco menos de un lustro de: i) el fracaso de la estrategia de las intervenciones preventivas de la administración norteamericana neoconservadora; ii) la atonía económica de Japón en las dos pasadas décadas; iii) el paralizante anquilosamiento de la construcción europea y, iv) el estallido repentino de la supercrisis financiera, han coincidido, no por casualidad, con la pujanza de las nuevas potencias económicas y políticas emergentes, trastocando la correlaciones económicas y políticas de fuerza establecidas en el ámbito internacional. Tanto es así que, las dificultades para salir de la crisis estructural y el desplazamiento de poder en curso en el capitalismo global, desde el eje Atlántico-Norte al eje Pacífico-Norte, plantea problemas y tensiones de dimensiones y resultados imprevisibles que están cambiando la agenda y las condiciones de negociación y de toma de decisiones en los diversos órdenes del ámbito mundial. De hecho, los países centrales pierden poder con respecto a las potencias emergentes, en particular China e India, que lo ganan, en un proceso que marca una tendencia de largo plazo difícilmente reversible. Semejante cambio en un contexto de crisis estructural plantea potenciales conflictos sociales y políticos muy complejos y disputas en las ideas económicas hegemónicas. Esta dinámica activa el proceso de reconfiguración del bloque hegemónico en un marco de disputa y de tensión geoeconómica y geoestratégica. Dicho complejo panorama de salida de la crisis estructural del capitalismo global financiarizado, sobre la base del antedicho planteamiento del reformismo de la contención, adolece de muchos interrogantes y crecientes dificultades.
Transcurrido más de un año de la explosión de la burbuja de Wall Street en septiembre del 2009 no estamos en condiciones de dar una respuesta a dichos interrogantes, además, una alternativa no es una cuestión meramente teórica, es teórico-práctica; el decurso de las relaciones de fuerza asociadas con las nuevas orientaciones teóricas de sentido, en disputa por la hegemonía, marcará la pauta del cambio económico-político. De nuevo, por medio de una gran operación de propaganda mediática e intelectual, el bloque dirigente se afana en presentar como tecnocrática, una cuestión de expertos en economía, de gestores empresariales y de líderes partidarios, lo que es una cuestión teórico-práctica ciudadana, económica, política y moral.
La emergencia de bloqueos y contradicciones
La desregulación, la remercantilización, la liberalización y la privatización sistemática del marco institucional del capitalismo acaecidas en las últimas tres décadas propició un tipo de crecimiento económico del capitalismo global en los países centrales en el que una gran parte del mismo se basaba en el tirón ejercido por la revalorización constante de los capitales financieros e inmobiliarios, fuertemente desproporcionado en relación con el crecimiento de la economía real, la que produce bienes y servicios, desviando, en consecuencia, una proporción creciente de la riqueza generada por ésta última hacia las rentas financieras e inmobiliarias.
Este tipo de crecimiento ha dependido tanto de las sucesivas revalorizaciones de los activos financieros e inmobiliarios como del aumento del consumo masivo procedente de las empresas y de los particulares en un contexto propiciado por las agencias del bloque dirigente de aumento de la liquidez y de mantenimiento del crédito barato, lo que estimulaba el endeudamiento creciente y continuo de las empresas y los particulares.
La financiarización ha penetrado de manera progresiva la gestión de las empresas y el consumo de los particulares, incrementando la dependencia por deudas de buena parte de las empresas de la economía productiva y colonizando más espacios de la forma de vida consumista de la gran mayoría de la población, en paralelo con la caída relativa en el largo plazo de los salarios de los trabajadores y empleados. Sin embargo, la disposición de liquidez y de crédito barato creaba un “efecto riqueza” paralelo al crecimiento de las deudas y a la revalorización de los activos, realimentando dicho tipo de crecimiento.
El fuerte enriquecimiento del gran capital financiero y corporativo en condiciones de desregulación y liberalización estimulaba la toma excesiva de riesgos financieros, activaba las dinámicas de rebaño en los mercados de valores, fomentaba el riesgo moral de los inversores de activos, propiciaba las burbujas especulativas en los mercados de valores e inmobiliarios y dopaba el sistema de incentivos de los inversores y ejecutivos de las grandes empresas, institucionalizando en el conjunto de los centros de decisión del capitalismo global una economía de la irresponsabilidad organizada.
La revalorización compulsiva de los activos financieros y la revalorización sostenida de los activos inmobiliarios de los centros del capitalismo y de algunas economías emergentes fomentaban sucesivas burbujas, cada vez mayores, que acababan reventando, enlazando en el tiempo la salida de una crisis financiera con el comienzo de otra. Los capitales especulativos apostaban por otro sector o país y se desplazaban masivamente hacia el mismo, hasta que recalaron en algunos de los sectores financieros centrales de la economía estadounidense, estallando una supercrisis financiera en el mismísimo nodo central del reticular poder financiero mundial, el régimen Wall Street-dólar.
Debido: i) a la dimensión adquirida por la supercrisis financiera; ii) al gran alcance de la crisis de la economía real y iii) a la gravedad de los bloqueos en las articulaciones básicas de su estructura social de acumulación, presumiblemente, la tendencia depresiva de las tasas de ganancia se prolongará hasta que no se logre configurar otra forma de estructurar el capitalismo, hoy inédita, que restablezca las condiciones para que las tasas medias de ganancia del conjunto de las principales economías estimulen de nuevo la inversión en el largo plazo, tirando del conjunto de la economía mundial.
Las afirmaciones realizadas en el anterior párrafo, en i) y ii) están suficientemente documentadas, dadas las baterías de indicadores económicos sobre la crisis actual elaborados por los organismos económicos internacionales y estatales. Con el fin de argumentar la afirmación iii) relacionamos los bloqueos puestos de manifiesto en las articulaciones de las relaciones básicas del capitalismo global financiarizado con el gran desfase mencionado entre la economía financiera y la economía real. Para ello, consideramos críticamente las dinámicas estructurales y conjeturamos que las tendencias contrapuestas que confluyen bloquean un potencial nuevo período expansivo de largo plazo del capitalismo global financiarizado.
En los países centrales los indicadores económicos del cuarto de siglo que precedió a la supercrisis financiera documentan el desfase creciente entre la economía financiera y la economía real; al fuerte incremento de las rentas de la economía financiera corresponden menores beneficios empresariales y salarios estancados o a la baja, poniendo de relieve la dificultad, supuesta la hipótesis de la superación de la supercrisis financiera, de reanudar la misma dinámica sin reproducir análoga espiral especulativa de los primeros, así como la dependencia por deudas de los segundos, creando las condiciones para otra crisis.
Hasta el brusco estallido de la supercrisis la generación de la demanda agregada en los países centrales se lograba a través del endeudamiento de las empresas y particulares. Su colapso ha sumido a las economías centrales en la crisis de la economía real. No es viable pensar en otro tirón de largo plazo de la demanda agregada por dicho medio. Este sistema ha tocado fondo. Depurar el endeudamiento acumulado en los países centrales costará mucho tiempo. Además, la desigualdad existente entre las fracciones y las categorías de las clases altas y las grandes mayorías, en especial de asalariados, ha adquirido tal dimensión que el consumo de masas no se relanzará si no se invierte la tendencia a la desigualdad. Lo que contravine la posición de poder y los fines ya logrados por el bloque dominante, a los que su voluntad manifiesta no se muestra dispuesta a renunciar.
La “solución” en las tres décadas pasadas a la crisis de sobrecapacidad de los centros del capitalismo en los años setenta se logró parcialmente al conjugar la revolución de la información y las comunicaciones, la financiarización, la globalización económica y las deslocalizaciones hacia las semiperiferias y periferias. Pero tal solución se ha mostrado temporal. La dinámica puesta en juego a lo largo del tiempo por dicha solución ha acabado por generar un rebrote de la sobrecapacidad productiva, si cabe más fuerte que el anterior, que tiende a ralentizar en los centros de forma duradera la rentabilidad de las inversiones productivas. Ello ha ocurrido a consecuencia de la gran expansión de las fuerzas productivas en las economías emergentes que sus Estados desarrollistas orientados a la exportación han impulsado, aprovechando las condiciones creadas por el capitalismo global. Además, durante la actual crisis, la decidida implicación de dichos Estados en el impulso al crecimiento de sus economías ha sdeguido aumentando. Así las cosas, la sobrecapacidad ha tornando un problema crónico para las economías de los países centrales; cada vez más parte de su capacidad productiva instalada es redundante con respecto a las nuevas y más competitivas instalaciones productivas de las economías emergentes.
La estrategia para afrontar la supercrisis financiera del bloque dirigente consistente en transferir la inmensa deuda privada, financiera e inmobiliaria a sus sectores públicos ha creado un descomunal endeudamiento que pagará la ciudadanía, como mínimo, durante el próximo lustro, lo que lastrará de manera notable la capacidad de los Estados de estimular la economía. Además, las políticas de estimulo keynesiano con mercados desregulados, liberalización de los capitales, políticas fiscales restringidas y globalización económica, pronto topan con límites, lo que sugiere que la esperanza de salir de la crisis con tales políticas se verá frustrada. Para ser efectivas, los Edeberían llevar a cabo reformas en profundidad en la regulación de sus sistemas financieros, rediseñar la función de sus bancos centrales y desarrollar la legislación y las instituciones de regulación económica trasnacional. Más importante aún, estas reformas, deberían atenerse a un mayor control democrático de la economía, dando por acabada la ficción de la autorregulación neutral de los mercados financieros propagada por el neoliberalismo. Ambas condiciones son, hoy por hoy, innegociables para los grandes capitales financiero-corporativos.
La supercrisis financiera y la subsiguiente crisis de la economía real, por las razones citadas arriba, ha tenido un mayor impacto en las economías centrales que en las emergentes evidenciando la debilidad las primeras, al depender de la sucesión de las dinámicas de valorización de activos y del endeudamiento creciente de las empresas y de los particulares, y la fortaleza de las segundas, al basarse en el incremento de la competitividad de sus exportaciones y en el desarrollismo de sus Estados. Por otra parte, la propia hiperpotencia estadounidense se ha convertido en el mayor deudor mundial, con un inmenso déficit exterior. Buena parte de esta deuda la ha contraído: con la nueva gran economía emergente, China, cuyo PIB anual sobrepasará en los dos próximos años al de Japón; con las otras economías emergentes de Asia-Pacífico; y con las economías petroleras de la Península Arábiga. Hasta el mismo papel del dólar como moneda de referencia internacional empieza a ser cuestionado por estos grandes acreedores de la hiperpotencia. Es más, los cambios en las correlaciones de fuerza económicas y políticas entre los tres centros avanzados del capitalismo global y las grandes economías emergentes se han manifestado en el eclipse del G-8, formado por las economías ricas más Rusia, como núcleo visible de gobernanza político-económico mundial sustituido a toda prisa, una vez estalló la supercrisis, por el G-20 que agrega a los anteriores, las nuevas economías y potencias emergentes.
El período de crecimiento mundial del último cuarto de siglo basado en el consumo irrestricto y siempre creciente de combustibles fósiles como fuente de energía básica, con la incorporación de grandes zonas del planeta densamente pobladas, plantea un conjunto de problemas cuyo abordaje colectivo no puede postergarse más tiempo. No obstante, los cambios y los costes de afrontarlos para el capitalismo global financiarizado son inasumibles; i) se ha alcanzado la zona crítica a partir de la cual el aumento del coste de extracción de combustibles fósiles y su progresiva escasez gravitarán sobre los inputs de la economía real, de manera que los beneficios de ésta se resentirán de cada vez más; ii) los residuos no queridos acumulados en la atmósfera como consecuencia del uso de combustibles fósiles son muy dañinos y diversos, en particular debido al aumento de los gases de efecto invernadero, el cambio climático provoca dinámicas en cadena que revierten de manera destructiva sobre las condiciones de vida en el planeta, con los inmensos costes económicos que provoca, y provocará, gravitando de manera acumulativa y creciente en la caída de los beneficios; iii) el gran crecimiento de la población mundial requiere mayor cantidad de alimentos, la manera de obtenerlos en el capitalismo global es a través del modelo de producción-distribución alimentaria basada en un gran consumo de energía fósil, el uso creciente y extensivo de las relativamente escasas reservas hídricas mundiales y el deterioro orgánico de los suelos debido al estrés químico y extractivo al que los somete, lo cual presagia un futuro en el que a la mayor necesidad de alimentos se solape un incremento de sus precios, extendiendo la crisis alimentaria mundial.
Segundo escenario marco
De ser cierto lo antedicho, la afirmación de que el capitalismo global financiarizado ha entrado en un período de crisis de su estructura social de acumulación parece bien establecida, lo cual propicia, aunque no garantiza de manera automática, que las voces críticas con el actual discurso hegemónico puedan hallar un mayor eco en el espacio público y, en la medida que se prolongue en el tiempo, puedan plantear nuevas disputas por la hegemonía en las ideas económico-políticas, en orden a orientar el sentido de la acción colectiva. Lo que sugiere que es previsible que en tales disputas participarán nuevos actores, además de los actores del bloque dominante que en la actualidad plantean las diversas versiones del reformismo de la conservación.
Las fuerzas y las agencias hegemónicas que impulsan la alternativa del reformismo de la contención no contemplan entre las opciones posibles una reforma trasformadora en otro tipo de capitalismo, y por supuesto, un horizonte poscapitalista más allá de éste último. Dichos debates están ausentes de la agenda hegemónica vigente en el espacio público. No obstante, un conjunto complejo y muy diverso, aunque relativamente reducido, de movimientos sociales y políticos alternativos de los centros, de las semiperiferias y de las periferias, así como de teóricos, intelectuales críticos, economistas -postkeynesianos, institucionalistas, neomarxistas y ecologistas- y medios de comunicación afines, plantean ideas que discurren en las direcciones denegadas por el pensamiento hegemónico.
Con la crisis en curso y sus malas consecuencias i) las voces procedentes de los sectores del reformismo trasformador en otro capitalismo y de los movimientos alter-globalizadores críticos con el capitalismo aparecen ante el público de manera más convincente y comienzan a ampliar sus audiencias; ii) al tiempo que, como consecuencia del malestar social, surgen importantes rebrotes de movilización obrera en los centros y los grandes países emergentes y iii) en las áreas del mundo islámico especialmente castigadas por el proceso de globalización se manifiesta una fuerte hostilidad de sus poblaciones ante la relegación y pobreza a la que se han visto abocadas debido al lugar geopolítico y geoeconómico en que el imperialismo occidental les ha situado. Dichas tendencias al alza no se conjugan con el estatu quo económico y político dominante. La gran magnitud de los problemas, la limitación de las alternativas planteadas por el reformismo de la conservación y la emergencia en la disputa por la hegemonía de nuevas y relevantes voces críticas entre el público, presumiblemente, desestabilizará las condiciones teórico-prácticas del estatu quo hegemónico, político, intelectual, ideológico y moral. De lo que llevamos dicho no podemos concluir que se plantean alternativas de consideración al capitalismo global financiarizado, pero sí que condicionan, y en el futuro condicionarán más, los pasos a dar en orden a la salida de la crisis.
Para que la salida de la crisis se adentre por una vía de la reforma transformadora de la estructura social de acumulación en otro tipo de capitalismo, quienes la plantean han de: i) profundizar en sus análisis y propuestas teórico-prácticas y llegar a un cierto consenso programático sobre el mismo; ii) persuadir a importantes sectores del bloque hegemónico de que ésta es la mejor vía de salida, dada la gravedad de los problemas planteados, la perversidad de sus consecuencias y las crecientes dificultades del reformismo de la contención, dividiendo en el proceso al bloque hegemónico; iii) articular una nueva hegemonía ciudadana en los países centrales en torno a un nuevo bloque social y político afín a las reformas transformadoras en otro capitalismo que aporte la fuerza social y política de fondo necesaria para un cambio histórico semejante, y iv) negociar con las nuevas economías y potencias emergentes un lugar para ellas en el nuevo tipo de capitalismo que reconozca su nuevo papel mundial y su incorporación al hipotético nuevo bloque hegemónico.
Los análisis y las ideas sugeridas por los partidarios del reformismo de la transformación en otro capitalismo no se pueden entender y llevar a la práctica en un contexto meramente teórico-tecnocrático, requieren un cambio en la relación de fuerzas entre las clases, las fracciones de clase y categorías sociales, tanto de las sociedades centrales, como de las grandes economías y potencias emergentes. La disputa pública en torno a las causas de la crisis y a las propuestas de cambio es una disputa por la hegemonía social y política que implica movilización ciudadana en el decurso de la cual se geste un nuevo compromiso social y político que reacomode los sobredimensionados derechos de la gran propiedad trasnacional de los capitales a una nueva dinámica de reconocimiento, ampliación e institucionalización de derechos individuales, económicos, sociales, políticos, culturales y ecológicos, en un contexto de redefinición de la globalización capitalista.
No obstante, este segundo escenario puede encontrar crecientes dificultades que en la práctica lo conviertan en imposible. La salida de la crisis estructural enfrenta enormes problemas, cada vez más acuciantes, que revierten sobre la posibilidad de hallar una salida a la crisis cuyo objetivo sea establecer las bases para un nuevo período de expansión de la acumulación ampliada del capital. Problemas frente a los cuales el tiempo de reacción es crucial y se está agotando; cada vez es más costoso y genera consecuencias no deseadas peores económica, social, política y ecológicamente. Así, para sus partidarios se trata de configurar soluciones teórico-prácticas viables a largo plazo para el capitalismo, frente: i) a los bloqueos en las relaciones básicas de la acumulación ampliada del capital, cada vez más difíciles superar, y ii) a las insostenibles dinámicas del sobrecargado metabolismo del medio natural con las sociedades capitalistas por el que transitamos desde hace tiempo que crean un conjunto complejo de consecuencias no deseadas que se potencian mutuamente y amenazan con un colapso general de la civilización.
Dado el panorama de desmovilización democrática y atonía política de las diversas ciudadanías que aconteció en las pasadas décadas, por remoto e improbable que pueda parecer al consenso realmente existente entre el actual bloque hegemónico, la persistencia y la ampliación temporal de las muy malas consecuencias de la crisis estructural de la economía y los problemas sobrevenidos de la crisis de civilización hacen posible y plantean la necesidad de promover muy amplias y diversas coaliciones ciudadanas de afectados que formulen demandas con una perspectiva poscapitalista. Semejante perspectiva crítico-práctica sólo tiene sentido como profundización en la democracia y como toma de posiciones del poder democrático frente al poder del capitalismo global financiarizado; con un mayor empoderamiento de la ciudadanía y un mayor reconocimiento e institucionalización de derechos individuales, políticos, económicos, sociales, culturales y ecológicos.
El factor común de tal perspectiva teórico-práctica postcapitalista es la democracia, entendida en un sentido económico, social, político y cultural, pensada en las diversas escales e instituciones en las que se establecen las relaciones de poder. La diversidad de individuos y colectivos afectados negativamente por las consecuencias de la globalización capitalista, neoliberal y financiera y por la sobrecarga de los efectos negativos de su crisis sobre sus espaldas, es de tal magnitud, amplitud y complejidad que al pensar en un bloque contra-hegemónico ha de concebirse como proceso de formación sobre la base de la convergencia lo más amplia y plural posible de movimientos y agentes de los centros, las semiperiferias y las periferias, en el que figuren obreros, campesinos, mujeres, pueblos, culturas, intelectuales, científicos, movimientos sociales, sindicatos, partidos, instituciones públicas, etc., En tal caso, la alternativa económico-política, realista y solvente técnicamente, ha de articular propuestas muy diversas, a menudo contradictorias, que han de ventilarse en procesos democráticos de reconocimiento que den cabida al máximo de perspectivas e intereses, definiendo y construyendo en el proceso mismo los objetivos públicos en las diversas escalas, áreas e instituciones.
Bernat Riutort Serra es profesor de la Universitat de les Illes Balears
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3129
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